Medio maratón en silla de ruedas.

29. septiembre, 2013 Anteriores

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La experiencia de correr la media maratón en silla de ruedas

08-09-13 22:59 Un periodista de El Cronista se animó a los 21 kilómetros de Buenos Aires de una forma por demás particular: hacer toda la carrera sentado en una silla de ruedas. Por Mariano Gorodisch, especial para Cronista.com.

MARIANO GORODISCH

Hace dos años corrí la maratón de Buenos Aires llevando a mi nena Sofía, por entonces de 3 años, en su cochecito de bebé. El año pasado la hice con los ojos vendados, con la ayuda de un lazarillo que me iba guiando, así que para esta ocasión tenía que hacerla de una manera especial.

‘¿Por qué no la haces en silla de ruedas?‘, me propuso un amigo. Pero lo más difícil fue conseguirla, hasta que en la Fundación Obligado me contactaron con el Grupo Amat, que gentilmente me prestaron una.
El tema es que no era la de tres ruedas con la que se suele ver correr a los discapacitados, sino una de dos, no tan especializada para una media maratón, como la de 21 kilómetros que se corrió ayer en la ciudad.
Me costó mucho maniobrar la silla, en especial en las pendientes y cuando había que doblar, ya sea hacia la derecha o hacia la izquierda. La fuerza que tenía que hacer con los brazos era abismal, y no avanzaba prácticamente nada. Lo único que veía era a los además atletas pasarme, por un lado y por el otro, hasta que a uno le dio pena mi situación y me fue empujando, para evitar que quedara a la retaguardia.
Así que en ese momento iba cómodamente sentado en la silla, pero me vi tentado: yo quería correr, como los demás atletas. Vi a una mujer que estaba un poco cansada cerca mío y le propuse llevarla, así que salí de la silla y me puse a conducirla, mientras ella iba disfrutando del paisaje porteño. Ahí me di cuenta de la fuerza que había que hacer al llevar a alguien, no sólo en las piernas sino también en los brazos, en especial en las pendientes. Pero el aliento del público me hacía seguir y no parar. En un momento, la que se cansó de estar sentada fue ella, que ya le estaba empezando a dar frío al no moverse, así que me pidió salir de la silla para correr.
El destino, entonces, me llevó de vuelta a la silla de ruedas. Yo había llevado guantes por sea acaso, pero el esfuerzo que tenía que hacer con los brazos no era proporcional a lo que avanzaba: casi nada. Encima, al aparecer las fatídicas lomas de burro, por poco me provocan un vuelco.
Salí entonces de la silla y me puse a llevarla vacía. Recordé cuando llevaba a mi nena en el carrito de bebé hace dos años, y que ella me apuraba para evitar que nadie nos pase. Acá, al menos, no tenía tanta presión. Aprovechaba y a cada corredor que veía elongando o en problemas, le ofrecía llevarlo, pero nadie quería resignar su honor, así que tuve que sentarme nuevamente en la silla y ponerme a ‘bracear‘. Un alma caritativa vio mi sufrimiento y me dio el empujón necesario que me faltaba para llegar hasta la meta, cuando el reloj marcaba dos horas y media y la mayoría ya había llegado hacía rato. Fue el peor tiempo de mi vida en los 21 K. Pero no hay como ponerse en lugar del otro para sentir sus verdaderas vivencias. Aunque, con una hora y dos minutos de carrera, los dos primeros en silla de ruedas le ganaron incluso por pocos segundos al keniata que salió campeón en la general, sobre un récord de 17.700 inscriptos.

Fuente: El cronista.com 08/09/2013